viernes, 1 de diciembre de 2017

Gregorio Marañón analiza los corianos antes de 1945


GREGORIO MARAÑÓN e IGNACIO de ZULOAGA
en CORIA antes de 1945


Extraído del libro:
EN TREN POR EXTREMADURA CON GREGORIO MARAÑÓN
1948

Digitalizado por:
Biblioteca Virtual Extremeña


El insigne médico, humanista, historiador, ensayista, Gregorio Marañón visitó (y analizó) Coria antes de 1945, acompañado por el gran pintor (y torero aficionado) Ignacio de Zuloaga. Ninguno de sus párrafos tiene desperdicio y deben leerse con detenimiento, pues expresa opiniones muy favorables sobre aquellos nuestros antecesores.
Estos son algunos extractos:

“... ingenio esparcido por las mentes de la insigne ciudad”.
“(...) en Coria habitan gentes agudas, muy sinceros, muy como son, si llegan a plata, de plata, y de cobre si en cobre se quedan”.
“... pero, si no como un susto, Coria si impresiona al viajero como un pueblo que está todavía, él, un poco asustado, después de su recato secular”.
“Profunda impresión produce la Catedral de Coria, solitaria, envuelta en la penumbra, poco antes de que se cierren sus puertas. La robustez de afuera se torna, dentro, y sobre todo en esta hora del crepúsculo, en intimidad poblada de ecos de voz extraterrena”.
“El coriano es muy parecido en la agudeza al hombre de la comarca salmantina”.
“Coria como tierra de promisión, feraz y pacífica”
“ (…) una extraordinario ciudad, no muerta, sino anclada en un remanso del río caudal de la vida, que todo lo arrastra y mixtifica”.



CORIA

A Coria llegamos un atardecer con Ignacio de Zuloaga, cuyo vasto pecho parecía que iba a estallar de emoción a cada sorpresa que ofrece, por aquellos pagos, al caminar. Coria fue hasta muy cerca de nosotros, una ciudad perdida en lo más áspero de España. En 1847, casi ayer, decía la descripción más autorizada del país que los caminos que por el partido cruzan son todos de herradura y aunque transitan carros por ellos, tienen que separarse algunas veces para buscar un terreno que les sea practicable. En otros puntos se hallan casi interceptados por la espesura del monte son harto peligrosos y expuestos. Apenas habrá en toda Europa otra cuidad de la que, en fecha análoga, pudiera decirse algo parecido. Hoy, se llega por un camino real hasta Coria, desde Cáceres (67 kilómetros), o desde Cañaveral (30 kilómetros), donde dejamos el tren. Pero, con todo, se tiene la impresión de que la ciudad esta todavía un poco azorada, no hecha del todo a la convivencia con el resto peninsular. A nosotros, Coria, no nos pareció, precisamente la ciudad inverosímil, sombría, torva e inmóvil, como susto en medio de un camino, que dijera Ortega y Gasset, en uno de aquellos inolvidables tomos primeros de El Espectador, en los que el pensamiento y el lenguaje, de puro estar transidos de sustancia, dan la impresión de orgasmo; pero, si no como un susto, Coria si impresiona al viajero como un pueblo que está todavía, él, un poco asustado, después de su recato secular.

Esta sensación, atrae singularmente al que pasa, y se traduce en ensueño. Todo parece allí no irreal, porque todo tiene una realidad que gravita y, a veces, aplasta; pero es una realidad distinta de las otras; una realidad que, apenas vista, empieza a dejar de serlo y que, además, posee la transparente vaguedad de la quimera.

Profunda impresión produce la Catedral de Coria, solitaria, envuelta en la penumbra, poco antes de que se cierren sus puertas. La robustez de afuera se torna, dentro, y sobre todo en esta hora del crepúsculo, en intimidad poblada de ecos de voz extraterrena. No sé porqué, en pocos sitios como allí, me he dado cuenta de lo que no todos entienden, a saber; que la santidad no es otra cosa que el don de comprendelo todo; así como la falacia de los que condenan lo que creen que no está bien, como si ellos supieran lo que sólo Dios sabe, lo que en verdad es bueno o es malo.

Fuera está, cerca, el gran Palacio de la ciudad, el que fue del Duque de Alba, y más tarde, al correr de los tiempos, de un médico famoso, el Dr. Camisón, cirujano del ejército liberal en la guerra Carlista. AI Dr. Camisón no se resistía, en el bélico campo, rotura ni desperfecto alguno de piernas y de brazos. Con un artilugio de su invención, uno de sus discípulos, de los que todavía visitaban con levita y chistera, me curó a mí, siendo muy niño, una pierna fracturada, manipulando sin quitarse ni la chistera ni la levita; y en aquellos albores de la vida me quedó impreso para siempre, con el hierro candente del dolor el recuerdo del maestro, de Camisón, uno de los pocos profesionales españoles que tienen leyenda, y la suya de las mejores, unida a las horas románticas de la Restauración. Más adelante, habitó y habita la mansión que fue ducal, un gran ingenio español, vasco, que, como a Unamuno en Salamanca, le llenó de profundidad y finura la vida en el corazón de España.

El coriano es muy parecido en la agudeza al hombre de la comarca salmantina. Desgraciadamente, Las Hurdes separan a Coria de Salamanca. Sobre Coria pesa lo figura de El Bobo de Coria. Madoz daba por hecho que este inmortal simple era de la Coria extremeña, la Medina Cauria, y no de la pequeña Coria andaluza, la de la vega del Guadalquivir. Yo mismo lo creo verosímil, porque El Bobo pertenece, sin duda, a la misma variedad de los homúnculos que pueblan la vecina fragosidad hurdana. Pero el que haya habido un bobo en Coria y aun algunos ¿qué tiene que ver con la realidad, ciertísima, del ingenio esparcido por las mentes de la insigne ciudad? Bobos los hay en todas las partes. En nada se advierte el genio de Velázquez, como en la trascendencia representativa que han adquirido en la vida española sus criaturas. Cada uno de sus héroes, sólo por haberlos pintado él, tienen un valor de arquetipo, y una dimensión que no siempre responde a la realidad. Lo cierto es que fuera o no de esta Coria, el Bobo de Velázquez, en Coria habitan gentes agudas, muy sinceros, muy como son, si llegan a plata, de plata, y de cobre si en cobre se quedan, como les dijo la tía Fingida; gentes, en fin, dotadas de sencilla bondad y de generosa fantasía. Uno de los viajeros del siglo XIX atribuye a los corianos no gran cultura por extremada imaginación. Y esta imaginación la aplican a enriquecer, idealmente, la hermosura de su tierra, para mejor gozar de lo que tiene de apetecible y para no envidiar a las demás. El anónimo descriptor de Las Relaciones que Felipe II mandó hacer de sus pueblos, nos pinta a su Coria como tierra de promisión, feraz y pacífica, envanecida de los auríferos yacimientos que ofrecen su opulencia al pasajero. En aquel lugar, nos dice, se encuentran granos de oro finísimo, entre los cuales se halló uno de tamaño de un huevo y cuyo peso era de 40 ducados. Y por si alguno lo dudara añade: Hállase mucho oro por esta comarca y yo he visto más de 40 granos tan gordos como avellanas.

Mas no sólo se envanecen los corianos de estas riquezas materiales, sino de otro género de tesoros, de calidad ideal. Véase esta nota del mismo relator del siglo XVI: en la cerca de esta ciudad hay una casa, harto señalada, que es el enterramiento de Viriato, aquel famoso capitán Lusitano: pocos lo saben porque está dentro de un aposento de una casa donde vive al presente el Escribano del Consistorio de esta ciudad.

No encontrará, el viajero de hoy, ni el oro ni cadáver del vencedor de los romanos. Pero sí algo que basta para no echarlos de menos, a saber, una extraordinario ciudad, no muerta, sino anclada en un remanso del río caudal de la vida, que todo lo arrastra y mixtifica. Nos fuimos con pesar de esta Coria, inaccesible al correr de la Historia. Antes de perderla de vista, nos detuvimos por última vez, y Zuloaga sacó su bloque y redactó -no dibujó- con un lápiz grueso que le servia para escribir lo que después iba a pintar, dos líneas, de aquellos con las que clavaba en su recuerdo lo que había visto. Con lo que evocaban aquellas líneas, de inexorable exactitud y no muy correcta ortografía, pintaría unos meses después, tras una incubación en el recuerdo, como la del vino en la bodega, el paisaje de Coria. No sé si lo llegó a pintar. 



Gregorio Marañón 

Documental en La 2, "Imprescindibles"





Ignacio de Zuloaga

 



2 comentarios: